València se mueve: el auge del deporte popular y comunitario en los barrios

Los niños valencianos disfrutaron de los diversos deportes inclusivos -  España se mueve

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La València deportiva no solo vive en Mestalla o en las pistas del Maratón. En los últimos años, la ciudad ha sido testigo de un fenómeno silencioso pero imparable: la expansión del deporte popular y comunitario en los barrios. Se trata de una revolución cotidiana, protagonizada por miles de personas que salen a correr por el Turia, entrenan en los parques, juegan en canchas autogestionadas o participan en equipos amateur con más corazón que presupuesto. Este movimiento, lejos de las élites deportivas y los grandes focos, está transformando la manera en que se entiende el deporte: no como espectáculo, sino como herramienta de cohesión social, salud y empoderamiento colectivo.

La imagen más visible de esta nueva cultura deportiva es el parque fluvial del Jardí del Túria. Este antiguo cauce, reconvertido en el mayor espacio verde de València, se ha convertido en un gimnasio al aire libre. Cada día, desde primera hora de la mañana, cientos de personas de todas las edades entrenan en sus carriles bici, pistas de running, zonas de calistenia o campos de fútbol y rugby. Es el gran pulmón activo de la ciudad, un punto de encuentro intergeneracional que demuestra que el deporte puede ser accesible, gratuito y comunitario.

Sin embargo, lo verdaderamente interesante sucede cuando uno se adentra en los barrios. En Benicalap, por ejemplo, el polideportivo municipal se ha convertido en un centro neurálgico para decenas de clubes y escuelas deportivas. La pista de atletismo, gestionada junto a asociaciones vecinales, acoge desde campeonatos escolares hasta entrenamientos inclusivos para personas con diversidad funcional. En Orriols, el campo de fútbol de San Lorenzo es mucho más que un campo: es una escuela de valores. Allí entrena el CF Orriols, un equipo multicultural que apuesta por la integración de niños migrantes a través del deporte, con entrenadores voluntarios y una estructura basada en el trabajo en red.

El caso de Malilla también es paradigmático. Allí, un grupo de vecinas ha impulsado Malilla Corre, un club de running popular nacido sin recursos pero con una filosofía clara: abrir el deporte a todas las personas, sin importar su nivel, edad o condición física. Se organizan para entrenar tres días por semana en grupo, comparten consejos sobre nutrición y salud, y participan en carreras locales. No compiten por trofeos, sino por mantenerse activas y conectadas. La comunidad que han tejido es un ejemplo de cómo el deporte puede ser una herramienta de salud física y mental, especialmente para mujeres de mediana edad que antes no encontraban espacios seguros donde entrenar.

En el Cabanyal, la iniciativa Box Popular ha llevado el boxeo a la calle. En un antiguo garaje rehabilitado, jóvenes del barrio entrenan de forma gratuita bajo la guía de exboxeadores y educadores sociales. No hay cuotas ni promesas de gloria: lo que se ofrece es una rutina, un espacio de respeto y la posibilidad de canalizar la rabia en un entorno positivo. El proyecto ha recibido el apoyo de entidades sociales y se ha convertido en un referente de deporte como prevención de la violencia juvenil.

Estos ejemplos no son aislados. La ciudad está llena de iniciativas que desafían la lógica tradicional del deporte como negocio o espectáculo. Colectivos como València en Bici promueven el ciclismo urbano no solo como transporte sostenible, sino como forma de ejercicio cotidiano. El colectivo Les Merudes, formado por mujeres lesbianas y trans, organiza ligas de fútbol no mixtas para construir espacios seguros y reivindicativos. En Patraix, el club de baloncesto escolar ha montado una sección inclusiva para jóvenes con autismo. Y en Natzaret, la escuela de remo del puerto lleva años trabajando con adolescentes en riesgo de exclusión, combinando deporte acuático con refuerzo escolar.

Las instituciones han comenzado a tomar nota de este auge. El Ayuntamiento de València, a través de la Fundació Esportiva Municipal, ha lanzado en los últimos años varios programas para fomentar el deporte en los barrios. Uno de los más exitosos ha sido Esport a la Fresca, que lleva actividades físicas a plazas y parques de todos los distritos durante los meses de primavera y verano. Yoga, zumba, pilates, entrenamiento funcional… Todo gratuito y al aire libre, con monitores profesionales y una clara vocación de democratización.

Otro de los proyectos destacados es València Esports Inclusius, que busca integrar a personas con diversidad funcional en el tejido deportivo de la ciudad. Gracias a esta iniciativa, más de 30 clubes han adaptado sus instalaciones y metodologías para acoger a deportistas con discapacidades físicas, sensoriales o intelectuales. El resultado ha sido un aumento de la participación, una mejora en la autoestima de los deportistas y una sociedad más abierta y empática.

El auge del deporte popular también tiene una vertiente política. Muchas de estas iniciativas nacen de una crítica al modelo de ciudad centrado en el espectáculo deportivo, con inversiones millonarias en grandes infraestructuras que, muchas veces, no tienen un retorno real para la ciudadanía. El ejemplo más claro fue la Fórmula 1, cuyos circuitos urbanos y promesas de modernización dejaron más deuda que legado. Frente a ello, los colectivos deportivos de base reclaman inversiones pequeñas pero efectivas: mantenimiento de instalaciones, becas para familias vulnerables, horarios amplios en los polideportivos y participación real en las decisiones municipales.

No todo es perfecto. A pesar del crecimiento, el deporte comunitario sigue enfrentando desafíos. Falta financiación estable, muchas instalaciones están saturadas y el voluntariado se encuentra al límite. Además, la brecha de género persiste: muchas mujeres todavía se sienten juzgadas o inseguras en espacios deportivos mixtos. Las entidades reclaman políticas específicas para corregir estas desigualdades y garantizar que el deporte sea realmente para todas las personas.

Otro reto es el reconocimiento institucional. Aunque muchas entidades han demostrado su impacto social, pocas cuentan con el respaldo suficiente para profesionalizar su actividad. En ocasiones, los trámites burocráticos, la falta de personal técnico y la inestabilidad presupuestaria las obligan a vivir al día. Esto dificulta su capacidad para crecer y llegar a más población. Desde el sector se pide un Plan Estratégico del Deporte Popular, con una visión a largo plazo y una financiación acorde a su valor social.

Aun así, el balance es esperanzador. València ha demostrado que otra manera de hacer deporte es posible. Más allá del rendimiento y la competición, el deporte se ha convertido en un tejido invisible que une barrios, fortalece comunidades y mejora vidas. Cada cancha recuperada, cada grupo de caminantes, cada clase al aire libre es una victoria cotidiana contra el sedentarismo, la exclusión y el aislamiento.

En tiempos de hiperconectividad digital y vidas aceleradas, el deporte popular representa un regreso a lo esencial: moverse, encontrarse, cuidarse. Y València, con su red de barrios activos, su clima privilegiado y su espíritu participativo, tiene todos los ingredientes para liderar esta revolución tranquila.

Quizás no lo veas en la televisión. No hay retransmisiones, ni patrocinadores millonarios, ni estadios llenos. Pero si sales a pasear por tu barrio, lo verás. Un grupo de chicas jugando al baloncesto en Benimàmet. Un equipo de veteranos entrenando en Castellar-l’Oliveral. Una clase de taichí en el parque de Marxalenes. Una carrera solidaria en el Grao. València se mueve. Y lo hace desde abajo. Desde lo común. Desde la vida.