Vivir en una comunidad energética en Valencia: vecinos que producen y comparten su propia electricidad

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En los últimos años, Valencia está experimentando una transformación energética que está cambiando la manera en que sus habitantes consumen electricidad. Las comunidades energéticas —agrupaciones de vecinos que producen, gestionan y consumen su propia energía renovable— están ganando protagonismo como una alternativa sostenible, económica y colaborativa frente al modelo tradicional de suministro eléctrico. Esta tendencia no solo permite reducir la factura de la luz, sino que también fomenta la autonomía energética y el compromiso medioambiental a nivel local.

Una comunidad energética es un grupo de usuarios, generalmente vecinos de un mismo edificio o barrio, que se organizan para generar energía a partir de fuentes renovables, principalmente mediante paneles solares fotovoltaicos instalados en espacios comunes o privados. La energía producida puede ser consumida directamente por los miembros, almacenada o compartida, optimizando así el uso eficiente y local de los recursos.

En Valencia, algunas zonas pioneras ya están demostrando el potencial de este modelo. El barrio de Benimaclet es uno de los ejemplos más destacados. Varias cooperativas vecinales han impulsado proyectos para instalar placas solares en azoteas comunitarias y espacios públicos, creando pequeñas redes internas de distribución. Gracias a estas iniciativas, cientos de familias han reducido su factura eléctrica entre un 20% y un 40%, según datos proporcionados por la Asociación Valenciana de Comunidades Energéticas (AVCE).

Además del ahorro económico, los vecinos destacan la mejora en la calidad de vida y la sensación de pertenencia a un proyecto común. La gestión colectiva favorece la comunicación y la cooperación, generando un tejido social más fuerte y consciente del impacto ambiental. En un contexto donde el precio de la electricidad ha alcanzado niveles récord en España, estas comunidades energéticas son una solución viable y atractiva para muchos valencianos.

Otro caso interesante se encuentra en el barrio de Ruzafa, donde un edificio de reciente construcción incorpora sistemas inteligentes que gestionan la energía producida por sus paneles solares y almacenada en baterías. Los vecinos pueden monitorizar en tiempo real su consumo y generación a través de aplicaciones móviles, facilitando un uso más eficiente y responsable. Este modelo de autoconsumo colectivo también cuenta con incentivos municipales y autonómicos, que promueven la inversión en tecnologías limpias.

El Ayuntamiento de Valencia ha mostrado un firme compromiso para impulsar estas comunidades energéticas dentro de su plan de transición energética. Se están promoviendo ayudas, formación y asesoramiento para facilitar la creación de nuevos proyectos y la integración con la red eléctrica convencional. Además, la legislación española, alineada con directivas europeas, reconoce y regula la figura de las comunidades energéticas, otorgándoles derechos para producir, consumir y vender electricidad localmente.

No obstante, la implementación de comunidades energéticas también enfrenta desafíos. La coordinación entre vecinos, la inversión inicial y la gestión técnica son algunos de los obstáculos que requieren apoyo profesional y organizativo. Por eso, muchas cooperativas valencianas están colaborando con ingenieros, administraciones públicas y empresas especializadas para garantizar el éxito y la viabilidad de estos proyectos.

En conclusión, vivir en una comunidad energética en Valencia significa participar activamente en un modelo energético más justo, sostenible y económico. Los ejemplos de barrios como Benimaclet y Ruzafa demuestran que es posible reducir la dependencia de las grandes compañías eléctricas, bajar la factura de la luz y, al mismo tiempo, contribuir a la lucha contra el cambio climático. Para quienes buscan un estilo de vida más conectado con su entorno y con conciencia ambiental, las comunidades energéticas ofrecen una oportunidad real de cambio y mejora en el día a día.