imagen:https://offloadmedia.feverup.com/valenciasecreta.com/wp-content/uploads/2018/04/21094708/lonja-sotano.jpg
Valencia, ciudad luminosa, mediterránea y abierta al mar, guarda bajo sus pies un mundo oculto que pocos conocen pero que cada vez atrae a más curiosos, exploradores urbanos y visitantes interesados en descubrir los secretos del subsuelo. Más allá de sus playas, sus plazas y su patrimonio visible, existe una Valencia subterránea compuesta por túneles, refugios antiaéreos, pasadizos históricos, aljibes medievales y construcciones olvidadas que narran una historia paralela: la de una ciudad que ha sobrevivido a guerras, catástrofes naturales y cambios profundos escondiéndose, literalmente, bajo tierra.
El interés por esta Valencia oculta ha crecido notablemente en los últimos años. Tanto es así, que han proliferado rutas turísticas, visitas guiadas temáticas y comunidades online dedicadas exclusivamente a documentar e investigar este patrimonio subterráneo. El auge del “urban exploring”, una tendencia global que apuesta por la exploración no convencional de espacios abandonados o inaccesibles, ha encontrado en la capital del Turia un terreno fértil donde historia, misterio y arqueología se entrelazan.
Uno de los elementos más emblemáticos de esta red subterránea son los refugios antiaéreos construidos durante la Guerra Civil española. Valencia, que fue capital de la República entre 1936 y 1937, sufrió numerosos bombardeos por parte de la aviación franquista e italiana. Para proteger a la población civil, se construyeron más de 250 refugios por toda la ciudad. Muchos de ellos fueron olvidados tras el conflicto, tapiados o reutilizados para otros fines, pero algunos han sido recuperados y abiertos al público. Destacan, por ejemplo, el refugio de Serranos, el del Colegio Balmes y el situado en el subsuelo del Ayuntamiento de Valencia, que hoy forma parte del recorrido de València Capital de la Memòria.
Estos espacios no son sólo testimonio del horror bélico, sino también de la resistencia colectiva y la capacidad organizativa de una ciudad en tiempos extremos. Muchos de estos refugios contaban con sistemas de ventilación, bancos de piedra, luces y carteles informativos. En algunos casos incluso se han encontrado dibujos infantiles o mensajes grabados en las paredes, restos conmovedores de vidas cotidianas interrumpidas por las bombas.
Pero la historia subterránea de Valencia no empieza ni termina en la Guerra Civil. Mucho antes, durante la época romana y medieval, ya existían estructuras bajo tierra que formaban parte de la vida urbana. Por ejemplo, el criptoporticus romano encontrado cerca del actual Mercado Central revela la existencia de pasadizos cubiertos utilizados para el almacenamiento y el tránsito protegido. También son conocidos los antiguos aljibes que abastecían de agua a los conventos, hospitales y palacios, muchos de los cuales siguen ocultos bajo edificios actuales del centro histórico.
Otro de los grandes misterios que alimenta la curiosidad de locales y visitantes son los supuestos túneles secretos que comunicaban palacios, iglesias y edificios de poder. Aunque algunas teorías rozan lo legendario, lo cierto es que existen pasadizos documentados que conectaban lugares como la Catedral, el Palacio del Marqués de Dos Aguas o el antiguo Hospital General. Su función pudo ser variada: desde escapes discretos en tiempos de guerra hasta rutas para el traslado seguro de bienes o personas. Parte de esta red aún no ha sido excavada o estudiada a fondo, lo que añade una capa de misterio al subsuelo valenciano.
En barrios como El Carmen o Velluters, muchas viviendas antiguas conservan accesos a sótanos y galerías cuya función original se ha perdido. Algunas de estas estructuras han sido utilizadas como bodegas, almacenes o incluso criptas funerarias. Es común que durante reformas domésticas se descubran puertas ocultas o tramos de escaleras que bajan hacia la oscuridad, reactivando el interés vecinal y, en ocasiones, la intervención de arqueólogos o patrimoniales.
La Valencia subterránea también está marcada por las aguas. No sólo por el curso natural del antiguo río Turia, desviado tras la riada de 1957, sino por los numerosos canales, acequias y galerías de drenaje que atraviesan el subsuelo. Parte de esta infraestructura hidráulica data de época musulmana y forma parte del complejo sistema de regadío de la huerta, declarado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO. Hoy en día, muchas de estas galerías siguen activas o han sido reconvertidas, como el canal que pasa bajo la calle San Vicente, aún en funcionamiento para el desagüe de aguas pluviales.
Otro punto de interés es el Palacio de Cervelló, donde se han documentado accesos subterráneos que, según algunas fuentes, podrían haber sido utilizados por figuras relevantes durante el siglo XIX para trasladarse de manera confidencial. En el imaginario colectivo, estos túneles conectan también con episodios de espionaje, contrabando o conspiración, elementos que alimentan el interés por una historia menos oficial, pero igualmente fascinante.
El creciente interés por este patrimonio oculto ha generado también iniciativas de conservación y musealización. El Ayuntamiento, en colaboración con asociaciones como Cercle Obert o la Universitat de València, ha iniciado campañas para mapear, documentar y proteger estos espacios. También se han puesto en marcha proyectos de realidad aumentada para que los visitantes puedan “ver” lo que hay bajo sus pies mientras pasean por la ciudad, una herramienta educativa y atractiva que acerca esta historia invisible a las nuevas generaciones.
Pero no todo es turismo o memoria. La Valencia subterránea también representa desafíos urbanísticos y de seguridad. Muchos de estos túneles y sótanos se encuentran en mal estado, con riesgo de colapso o filtraciones. La necesidad de compaginar el desarrollo urbano con la conservación del patrimonio obliga a los responsables públicos a tomar decisiones delicadas, especialmente cuando aparecen restos durante obras o ampliaciones de infraestructuras.
Asimismo, el fenómeno del “urbex” plantea un debate ético. Aunque muchos exploradores documentan sus hallazgos con respeto y rigor, otros acceden sin permisos, alteran los espacios o difunden su localización de forma irresponsable, lo que puede derivar en actos vandálicos o deterioro del bien. Por eso, desde las administraciones y las asociaciones culturales se hace un llamado al respeto, a la divulgación responsable y a la participación en visitas autorizadas.
Lo cierto es que esta dimensión desconocida de Valencia sigue creciendo en el imaginario colectivo. Cada pasadizo descubierto, cada refugio abierto al público, cada leyenda urbana que se confirma o desmiente, añade una nueva capa a la historia de la ciudad. Más allá del asfalto, de los tranvías y las terrazas al sol, late un mundo enterrado que habla de quienes nos precedieron, de cómo vivieron, cómo resistieron y cómo soñaron con el futuro.
Explorar la Valencia subterránea no es sólo una aventura turística o arqueológica, sino un ejercicio de memoria y sensibilidad. Nos obliga a mirar hacia abajo, a descubrir lo que permanece invisible, a reconstruir lo que fue borrado por el tiempo o el miedo. En una ciudad que mira cada vez más hacia el futuro con innovación, sostenibilidad y apertura, no hay nada más valioso que reconciliarse con su pasado, incluso si está bajo tierra.