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Benimaclet es mucho más que un barrio de València. Es un símbolo. Una forma de entender la ciudad y la vida urbana que resiste en medio del avance implacable del modelo neoliberal. Lo que fue un pueblo independiente hasta 1878 mantiene, siglo y medio después, un alma propia: una identidad forjada a fuego lento entre huerta, cultura popular, activismo vecinal y diversidad. Pero hoy, en pleno 2025, ese espíritu está en disputa. Los vecinos luchan para que el futuro no borre sus raíces.
Pasear por Benimaclet es asistir a un equilibrio inestable entre la tradición y la transformación. La calle Barón de San Petrillo, epicentro del barrio, late al ritmo de terrazas llenas de estudiantes, panaderías centenarias y grafitis reivindicativos. Las casas bajas y los huertos urbanos se mezclan con nuevos bloques de pisos que amenazan con cambiar el perfil del vecindario. A simple vista, puede parecer un barrio en plena efervescencia, pero debajo de esa energía subyace una lucha silenciosa por el derecho a quedarse.
La historia reciente de Benimaclet está marcada por un enfrentamiento vecinal contra uno de los planes urbanísticos más polémicos de la ciudad: la urbanización del conocido como PAI Benimaclet Este. Este plan prevé la construcción de más de 1.300 viviendas en terrenos agrícolas colindantes al barrio, una zona que hasta ahora ha servido de pulmón verde y espacio comunitario. La propuesta, impulsada originalmente por Metrovacesa, fue rechazada con firmeza por los colectivos vecinales y ha estado en pausa durante años. Pero en 2024, el Ayuntamiento reactivó las negociaciones para rediseñar el proyecto, desatando una nueva oleada de movilización.
La Plataforma Cuidem Benimaclet, integrada por asociaciones vecinales, colectivos ecologistas, centros sociales y ciudadanos a título individual, se ha convertido en la voz más activa contra la urbanización. Su mensaje es claro: no se oponen al crecimiento, pero exigen que se haga de forma sostenible, justa y con el barrio como protagonista. Reclaman una revisión integral del plan, que incluya más zonas verdes, vivienda pública en alquiler y la preservación de los huertos periurbanos que rodean el barrio.
Uno de los elementos más singulares de Benimaclet es su capacidad para organizarse. Aquí la participación ciudadana no es una moda: es una tradición. Desde los años 70, cuando surgieron los primeros movimientos vecinales para reclamar servicios básicos, hasta hoy, Benimaclet ha sido un referente en autogestión urbana. Ejemplo de ello es el CSA La Llavor, un centro social autogestionado donde se celebran desde charlas y conciertos hasta mercados de intercambio y cursos de agroecología.
En el contexto actual, esa red comunitaria ha cobrado nueva fuerza. Cada asamblea, cada pancarta, cada huerto recuperado es una forma de resistencia. Y lo hacen desde un modelo de barrio que prioriza la vida cotidiana, la proximidad y la identidad. Frente a la lógica de los grandes bloques y el hormigón, proponen otra forma de habitar la ciudad: más humana, más verde y más justa.
Benimaclet también es un ejemplo de diversidad. Estudiantes, jubilados, familias jóvenes, migrantes y activistas conviven en un barrio donde lo alternativo no es un adorno, sino una forma de estar. Esta mezcla de generaciones y orígenes ha generado una cultura de convivencia que se expresa en la vida de sus plazas, sus festivales autogestionados y sus mercados ecológicos.
A pesar de su fama de barrio joven y alternativo, Benimaclet también enfrenta retos sociales. La presión del alquiler ha crecido en los últimos años, impulsada por el auge de la vivienda turística y la especulación inmobiliaria. Muchos estudiantes buscan pisos compartidos a precios imposibles, mientras que familias con rentas modestas ven cada vez más difícil quedarse en su barrio de toda la vida. La situación ha llevado a la creación de grupos como el Sindicat de Barri de Benimaclet, que asesora a vecinos en situación de vulnerabilidad y organiza acciones contra los desahucios.
A nivel institucional, el Ayuntamiento de València ha reconocido parcialmente las demandas vecinales. En 2024 se abrió una mesa de diálogo con las entidades del barrio para revisar el PAI. Se ha hablado de reducir la edificabilidad, de incluir más espacios comunitarios y de priorizar la vivienda pública. Pero para muchos, las palabras no bastan. Quieren compromisos reales, presupuestos asignados y plazos concretos.
La batalla por el modelo de barrio no se limita a Benimaclet. Es parte de una discusión más amplia sobre qué tipo de ciudad quiere ser València en el futuro. ¿Una ciudad al servicio del turismo, la inversión y los grandes proyectos? ¿O una ciudad construida desde abajo, con barrios vivos y diversos, con espacios públicos pensados para las personas?
En Benimaclet esa pregunta tiene respuesta. Y la dan cada día los vecinos que cuidan los huertos urbanos, que organizan talleres en sus calles, que llenan las asambleas o que defienden la escuela pública del barrio. Son ellos quienes están escribiendo el futuro de Benimaclet. Un futuro que no se negocia en despachos, sino que se construye desde las aceras.
En 2025, el barrio ha logrado frenar temporalmente el avance de la urbanización. Pero la batalla sigue abierta. Los próximos meses serán decisivos. La movilización vecinal está en su punto álgido, con manifestaciones, recogidas de firmas y presión política constante. También crecen las alianzas con otros barrios que viven situaciones similares, como Orriols, El Cabanyal o Patraix.
Benimaclet no solo defiende su tierra. Defiende una forma de vida. Y lo hace con una energía que nace del orgullo, de la memoria y de la comunidad. En tiempos de ciudades cada vez más uniformes y mercantilizadas, Benimaclet recuerda que los barrios son más que metros cuadrados. Son historias compartidas, vínculos humanos y raíces profundas.
Tal vez por eso, quienes lo habitan, lo llaman con cariño “el poble”. Porque Benimaclet, aunque esté dentro de la ciudad, no ha dejado de ser un pueblo. Un pueblo que resiste. Que imagina. Que se cuida. Y que pelea por un futuro digno para todos.