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La transformación urbana y la búsqueda de ciudades más habitables se han convertido en una prioridad en gran parte de Europa, y Valencia no es la excepción. Con el fin de mejorar la calidad de vida de sus habitantes, reducir la contaminación y aprovechar mejor los espacios públicos, el Ayuntamiento ha impulsado un Plan de Movilidad Urbana Sostenible (PMUS) y ha promovido cambios en la ordenación urbana. Estas actuaciones, unidas a la creciente conciencia ambiental, están modificando la fisonomía de la capital del Turia, situándola en sintonía con las tendencias de las grandes urbes europeas.
PMUS
El PMUS se plantea varios objetivos fundamentales. El primero es reducir la emisión de gases contaminantes, fomentando el uso de vehículos menos agresivos con el medio ambiente. Para ello, se han introducido autobuses híbridos y eléctricos en la flota de la Empresa Municipal de Transportes (EMT), además de crear carriles específicos para transporte público y priorizar su circulación. Se espera que, con una oferta más eficiente y sostenible, los conductores particulares se animen a dejar el coche en casa y a utilizar servicios colectivos, reduciendo así los atascos y el ruido.
El segundo objetivo es la movilidad ciclista. Valencia ya contaba con un anillo ciclista alrededor del centro histórico, pero el PMUS busca expandir y perfeccionar esta infraestructura. Se han creado carriles bici que conectan distintos barrios y se han mejorado los accesos a la ciudad desde municipios del área metropolitana. El servicio de bicis compartidas, Valenbisi, ha incrementado las estaciones disponibles, y a ello se suma la aparición de empresas de patinetes eléctricos, reguladas por normativas que obligan a estacionar en lugares habilitados. Con ello, se pretende promover desplazamientos más ágiles, saludables y respetuosos con el entorno.
Otro elemento clave es la creación de Zonas de Bajas Emisiones (ZBE) en el centro y en áreas con alto valor patrimonial o comercial. En estas zonas se restringe el acceso de vehículos que no cumplan determinados estándares medioambientales. Aunque la medida ha suscitado cierto debate —especialmente entre comerciantes preocupados por la posible disminución de clientela—, el Ayuntamiento defiende que un entorno libre de humos y ruidos acaba atrayendo a más visitantes y aporta calidad de vida a los residentes. Las experiencias de otras ciudades europeas sugieren que, tras un periodo de adaptación, el comercio se ve fortalecido y el turismo se beneficia de calles más peatonalizadas.
En paralelo, la peatonalización de algunas calles y plazas emblemáticas ha sido otra de las banderas del consistorio. La Plaza del Ayuntamiento, la Plaza de la Reina o la Plaza de Brujas han experimentado cierres parciales o totales al tráfico rodado, dando prioridad al transeúnte. Esto se ha traducido en la ampliación de aceras, la instalación de mobiliario urbano y la plantación de árboles y zonas ajardinadas que mitiguen las altas temperaturas en verano. Se busca no solo mejorar la estética, sino también invitar al paseo y a la convivencia ciudadana, fomentando un modelo de ciudad más “caminable”.
La figura del urbanismo táctico se ha introducido para probar cambios sin acometer obras permanentes. Mediante pintura en el suelo, maceteros, bancos provisionales y cierres temporales de calles, se experimenta con nuevas configuraciones que se analizan durante semanas o meses. Si los resultados son positivos —por ejemplo, reducción de accidentes, aumento de peatones o satisfacción vecinal—, la actuación puede transformarse en una reforma definitiva. Esta metodología permite corregir errores a tiempo y adaptarse a la realidad de cada barrio.
Por supuesto, no todo es aceptación y aplausos. La resistencia surge especialmente de algunos sectores empresariales y de vecinos que se quejan de la pérdida de plazas de aparcamiento o del encarecimiento del estacionamiento regulado. Algunos conductores se sienten perjudicados por la reducción de carriles y la instalación de bolardos para delimitar carriles bici. También existe el temor de que la restricción del tráfico en el centro ahuyente a potenciales compradores y visitantes. Sin embargo, desde el consistorio se argumenta que las ciudades que han apostado por este modelo reportan mayor vitalidad comercial, menos accidentes de tráfico y una calidad del aire sustancialmente mejor.
En la franja marítima, la transformación es notoria. El puerto de Valencia, tradicionalmente separado de la ciudad, se ha abierto progresivamente al uso ciudadano, especialmente en la Marina Real Juan Carlos I, convertida en espacio de ocio, restauración y escenario de eventos culturales y deportivos. Además, se ha mejorado la conexión de autobuses y tranvías hacia la costa, facilitando el acceso a playas como la Malvarrosa o la Patacona. Se han ensanchado aceras, habilitado carriles bici y se promueve una imagen de Valencia como ciudad marítima que vive de cara al Mediterráneo.
La coordinación institucional es otro factor esencial. El área metropolitana de Valencia abarca numerosos municipios, por lo que la integración tarifaria del transporte público y la planificación conjunta de infraestructuras se plantean como retos ineludibles. El Consorcio de Transportes del Área de Valencia impulsa medidas que facilitan la combinación de autobuses, metro y cercanías, con abonos de transporte conjuntos y mejoras en la red de trenes de corta distancia, frecuentemente criticada por retrasos y falta de modernización.
En el plano de la ordenación urbana, se trabaja para proteger el patrimonio histórico a través de la rehabilitación de edificios y la revitalización de barrios emblemáticos como el Carmen, Russafa o Cabanyal-Canyamelar. Asimismo, se aboga por la recalificación de espacios industriales en desuso para usos residenciales, culturales o de emprendimiento. De esta manera, se busca una Valencia más compacta que aproveche suelos ya urbanizados en lugar de expandirse indefinidamente.
Finalmente, uno de los grandes desafíos es la adaptación al cambio climático. Como ciudad costera, Valencia es vulnerable a la subida del nivel del mar y a fenómenos meteorológicos extremos. El plan contempla ampliar zonas verdes, crear corredores ecológicos y fomentar la permeabilidad del suelo para gestionar mejor las lluvias intensas. Además, se incentiva la instalación de placas solares en edificios y se promueve la eficiencia energética en la edificación.
Aunque las resistencias y tensiones son comprensibles, el camino iniciado parece imparable. Valencia se encamina a un modelo de ciudad donde la prioridad ya no es el coche privado, sino la calidad de vida de sus habitantes, la salud pública y la sostenibilidad ambiental. Y aunque las transiciones nunca están exentas de controversia, la experiencia de otras capitales europeas muestra que el éxito de estas políticas depende de la constancia y del diálogo con todos los agentes implicados. La apuesta por más espacios peatonales, la reducción de emisiones y un urbanismo centrado en la persona define la hoja de ruta de la Valencia del futuro, posicionándola como referente mediterráneo de modernidad y bienestar.